La Real Academia Española define el dolor como "Sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior". En el uso común, generalmente se lo circunscribe en un concepto más o menos difuso, como algo que merece ser evitado, expulsado o desaparecido. Son escasas las oportunidades en las cuales se acepta su rol positivo, su faceta funcional, su sentido existencial. El dolor es una luz de alerta que nuestro organismo genera desde las entrañas para hacernos saber que algo está pasando y ese algo debe ser atendido con respeto. Nos despierta, nos corre, nos moviliza, se erige como obstáculo concreto en el camino, exige medidas inmediatas que no siempre aceptamos o estamos dispuestos a aceptar. Es común que al postergarlo contribuimos a su entronización dejándolo crecer hasta el estallido, hasta que desborda el soma, el cuerpo… ¿Por qué?, ¿qué logramos alejándolo de nuestra conciencia y de nuestra vida? Para responder a estos interrogantes, deberíamos empezar por reconocer en el órgano que manifiesta su dolor una inteligencia fisiológica que trata de comunicarnos algo, armando significados con metáforas corpóreas, tejiendo un lamento que en general se ha arraigado en postergaciones de los afectos o a través de sumisiones y frustraciones vitales. El dolor suele ser dolor por ideales vencidos; dolor por temores; dolor por fracaso; dolor por amor no correspondido; dolor por odio contenido; dolor por satisfacciones olvidadas; dolor por trabajo repetido a desgano, con disgusto; dolor por sometimiento; dolor por resignación…No queremos oír al dolor porque nos enfrenta a un panorama que preferimos obviar. Por esta causa lo confinamos, lo negamos, lo arrinconamos hasta potenciar sus efectos. En sus etapas medias o finales, cuando alcanza a ser desgarro, se nos hinca con la desesperación de un hambriento a quien nadie alimenta aunque lo perciban lamentándose… No es necesario que esto ocurra, realmente no lo es. Si pudiéramos ocuparnos en oír a nuestro cuerpo, si dedicáramos un poco de tiempo a sentirlo, a conocerlo más allá de las apariencias con las que definimos su existencia, podríamos integrarlo con la razón y el lenguaje, obviando explicaciones exclusivamente cerebrales, para posibilitar la expresión del mudo pero potente reclamo de nuestros órganos en sufrimiento.Actualmente, existen disciplinas como la Psicología Holística, que ayudan a integrar nuestro cuerpo con nuestros anhelos, con nuestra espiritualidad y con el psiquismo. La voz griega "holos" significa la unidad, lo entero, lo completo, el todo. Indica también organización e integridad. La Psicología Holística intenta abordar problemáticas humanas desde la integridad, desde el conjunto, en una totalidad con relaciones de complejidad que permiten apreciar interacciones, particularidades y procesos que regularmente son omitidos cuando se estudian aspectos del todo por separado.¿Por qué esperar hasta el final? Démosle al dolor un poco de nuestro tiempo, ocupémonos de él… no será en vano. Para tratarlo existen alternativas profesionales que ayudan a encontrar las causas del dolor y nos orientan a tiempo para la toma de medidas correctivas.El dolor nos permite identificar al placer. Sin su antagonismo, el placer perdería fuerza y sentido. Para sentir el placer es preciso conocer al dolor, para esquivar el dolor es necesario desear el placer. Esta doble vinculación nos empuja a transitar ambos caminos, aunque la decisión de perpetuarnos en uno u otro depende exclusivamente de nuestra elección personal. Tanto el dolor como el placer son grandes maestros: enseñan los alcances de nuestro mundo interno en la urdimbre con la realidad exterior. Escucharlos, sentirlos, ubicarlos, poner en palabras sus efectos, dedicarle tiempo, son alternativas que nos guiarán por el camino hacia la superación
Psic. Pablo Leonardi – Mat 2449
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